Quizá hubiera preferido perderte drasticamente, por alguna razón clara y concreta. Con algo a lo que aferrarme, con algo a lo que pudiera echar la culpa de que ya no estés a mi lado, aunque sigas aqui.
Me duele cambiar tantos significados como segundos pasa en un día. En mil días. Tres años. Dos millones de sentimientos colgando de un hilo tan fino que cuando sopla un poco el viento se enreda para siempre sin poderlo evitar.
Me duele cambiar tantos significados como segundos pasa en un día. En mil días. Tres años. Dos millones de sentimientos colgando de un hilo tan fino que cuando sopla un poco el viento se enreda para siempre sin poderlo evitar.
Siempre pensé que serías la excepción de mi vida y que te quedarías conmigo a mirar las estrellas cada noche, aunque no se vieran, aunque las tapasen cientos de miles de millones de nubes, aunque lloviese, aunque fuera en la calle estuviera nevando. Siempre pensé que seriamos tan eternas e infinitas como el universo, siempre en expansión.
No sé qué he hecho. No sé qué debo hacer. No sé por qué haces esto. Y eso duele. Duele no tener la culpa, ni tu ni yo. Duele no saber cómo tengo que actuar cuando mi cuerpo me impulsa hacia delante, hacia tu boca y tus labios. Cuando cada puta celula de mi piel me pide a gritos que te muerda la rabia esta noche y jamás volvamos a despertarnos.
Dime qué sentido debo encontrarle ahora a la vida si siempre he tenido un sentido de la orientación nefasto. Que hasta tú sabías moverte mejor por Barcelona que yo, y eso que he ido doce veces más que tu, o quizás doce mil. Dime qué vuelta tengo que darle a la tortilla si ya se ha quemado de tanto querer reavivar la llama que dejaste encendida, con el extractor de humo a toda pastilla por si la casa se iba a la mierda de tanto arder.
Y mientras tanto yo, quieta, con el corazón quebrado de tantos errores, me quedo mirando el fuego, como explota, como se extingue. Me quedo quieta mientras mirando el fuego me imagino como vienes y me salvas, pero a la vez, me imagino como vienes y salvas a todo el mundo menos a mi. Duele ver la realidad aunque no sea esa la verdadera. Duele en mi cabeza.
Odio no poder confiar plenamente en lo que tu me dices. Odio no tener ni un resquicio en tu mirada de aquello que creamos en uno de los peores veranos de nuestra vida y a la vez, el principio de nuestra preciosa y emocionante historia, aunque en algunos momentos fuese un infierno de lo mucho que quemava, los días de frío agradecía tu furia y tu calor, la verdad. Siento haber sido llamarada cuando en el desierto no buscabas un encendedor sino agua.