Me quedan asuntos
pendientes, pendientes porque me pesas desde hace tres años y no quiero
soltarte. ¿Qué por qué? Porque me siento viva. Me siento viva contigo aunque poco a poco me
matas con ese dulce veneno, ese que tus labios contienen y jamás tendré el
placer y dolor de probarlo.
La gente dice que me
libere de ti. Que me libere dicen… Están más locos aun que yo. Yo te tengo, y
me sigues perteneciendo desde que fui el motivo de tu sonrisa, y ahora, me da
igual que lo sea otra, yo tengo mi parte en todo esto. Y aunque sea a medias,
eres mío, mío de muchas maneras, maneras innombrables.
Mío de sangre, de
corazón, de razón y caparazón. Somos piedra y aire. Eres aire. Aire y agua que
me modela a su gusto con el paso del tiempo. Solo me dejo modelar por ti, y
cuando te tocan, debilidad mía fácil de adivinar, me rompo. Me rompo en las
mitades en las que me rompí hace años… El pegamento de besos no ha funcionado
conmigo, porque no has sido tú quien me los ha dado.
No dejes nunca de
dolerme, porque cuando me dueles sé que sigo aquí… Enorgulleciéndome de mi
misma al saber que día a día, volviendo a sufrir como aquel veintiuno de
diciembre, me sigo levantando con una sonrisa. Falsa tal vez, pero sonrío…
Aunque no sea de la manera en que lo solía hacer cuando iba para ti. Para tu
vista y tu voz. Recuerdo que te encantaba oírme reír a través del teléfono cada
noche al llamarme tonta y meterte conmigo.
Bonitas noches aquellas
en las que maldecía cada puto kilometro que nos separaba, bonitas noches estas
en las que te escribo y maldigo cada puta palabra que te guardas. Pero… No
digas nada, no dejes de dolerme.
En cierto modo hay
diferentes maneras en las que me dueles, ¿Sabes? Están los días en que como hoy
miro al horizonte del mar y pienso… “Allí, detrás de toda esta agua está él” y
no me queda más remedio que bucear para evitar que salgan las lágrimas. Están
los días en los que ni me levanto de la cama, por miedo a echarme a llorarte,
llorar de ti, llorar a la chica que solía ser contigo, llorar a la chica que no
escribía ni tenía el corazón partido. Están esos otros días en los que de noche
desearía que me desnudasen tus palabras mientras me susurras al oído todo lo
que me has echado de menos y la Luna se retuerce de envidia al vernos juntos.
Están los días
veintiuno en los que, joder, no me salen las palabras. Lo nuestro va de
veintes. ¿Casualidad? Empezamos a principios, con tú mayo y nuestro julio, la
cosa sigue con mi noviembre y nuestro diciembre. Empezamos con puros
veinticincos, y seguimos y acabamos con dos veintiunos.
Eres veinte, un veinte
que me hace valiente cuando en realidad lo que quiero que me haga es verte.
Volver a verte porque cuando te veo… Dios, no dejo de sonreír.
Cinco meses dan para
mucho… Y tres años para más. Deja que sea tu veintialgo y yo prometo que tú
serás todos mis números.