viernes, 23 de junio de 2017

FEMINISTA

No,
el día ocho de marzo no es el día de la mujer,
es el día de todas las mujeres,
vivas, muertas y asesinadas,
apaleadas, apuñaladas, agredidas.
De todas aquellas a las que nos han violado
la intimidad por la calle,
el respeto por internet
y nuestro sexo
agresiva
y amorosamente.

Nosotras no somos genéricas,
somos ricas,
poderosas
y muy
muy
diferentes.

Pero nos une algo,
que por desgracia para todas,
no todas reconocen:
las desigualdades,
la vergüenza que nos da reconocer
que somos naturales,
que vivimos,
que respiramos,
nos quejamos.

Y yo aquí,
ahora,
en este preciso momento
y desde hace poco más de 19 años,
vengo a quejarme.

Y no me quejo por ser mujer,
que muchos hombres ya tendréis el chiste fácil en la punta de la lengua.
Me quejo porque en esa precisa punta
también tenéis la palabra puta si no me acuesto con vosotros porque al final decido que no.

Me quejo porque en vuestra boca está el momento más incomodo de muchas mujeres
y aún tenéis la poca vergüenza de decir que son piropos.

Me quejo de vuestra poca humanidad,
de vuestra falta de respeto,
de educación,
de valor.

Me quejo porque las leyes por las que se rige el país en el que vivo las deciden hombres,
hay hombres que deciden si puedo abortar,
qué es y qué no es acoso,
hay hombres que se ríen de mi cuando me molesto por sus comentarios ofensivos
y sobre todo me quejo porque todavía se sigue educando
en la desigualdad.

Los hombres azul,
las mujeres rosa.
Los hombres pelos bien,
las mujeres pelos mal.
Los hombres fuera de casa,
las mujeres fuera y dentro de casa.
Los hombres tienen carácter fuerte,
las mujeres tienen mal carácter.

Me niego rotundamente a que la sociedad siga "avanzando" de esta manera.
Y me niego a que "feminista" sea una palabra fea.


Para todas. Sin edad, discriminación racial, ni clasista. Ésto es para todas. 

jueves, 18 de mayo de 2017

Huracán




Caíste en mi vida (y en mi cama)
como la luz del rayo
de la mayor tormenta que recuerdes:
despertándome,
encontrándome a mi misma,
haciéndome abrir los ojos,
(y el alma)
para presenciar el mayor de los huracanes: tú.

Las olas de tus manos
destrozaron todas
y cada una
de mis playas.
Y éstas,
ahora desiertas,
reclaman el agua de tu mirada.

Te juro que viviría empapada
en la lluvia de tus pestañas
si eso te hiciera estar en calma.

Dejaría que me calara en los huesos
el frío
y el agua
si cada mañana al despertar
tu tristeza se evaporara.

Vivir lejos del mar me entristece el alma,
pero tu océano me salva cada vez que el Sol abrasa.

Por suerte para las dos,
tu lluvia no me hiela,
ni me hiere.

Por suerte, para mí,
te tengo recordándome
cómo huele despertar
al lado de lo que me mueve.

Porque para mí,
eres mi Luna.
Me mareas cada noche
aun sin quererlo.

Pero cielo,
no dejes de marearme nunca,
porque cuando lo hagas,
entonces sí, cariño,
ahí sí que estaré perdida.